Existen resquicios de tristeza que se apoderan del corazón.
De una parte a la que damos sólo importancia cuando sangra o cuando sorprendentemente
deja de latir. Lo golpeamos con fuerza desde fuera, o imitamos su latido con el
pestañeo de los ojos. Pero nada es igual. Te has apagado. Me han apagado. Es el
acontecimiento más desesperante de todos. Duele incluso aunque ya no sientas
nada.
Pero lo cierto es que los latidos son como una melodía. Una
melodía particular que no sigue ninguna partitura pero que simula una historia
pasada. Tintinea bajo la piel y contiene a veces la respiración. A menudo,
cuando la música se apaga nos quedamos a oscuras. En todos nuestros sentidos. Y
prestamos atención a las melodías que
nos rodean, a las historias que en ellas se encierran, a que posiblemente
cuando un corazón, como el nuestro, se marchita, arrastra tras de sí un período
de oscuras decepciones. Como si nada entonces pudiese ir bien.
Lo peor de todo es olvidarte como retumbaba bajo las
costillas. No recordar como tu propia melodía se va perdiendo por las calles de
tu derrota, porque más tarde o más temprano, te tientas. Y te quieres perder. Más
todavía. Como si fuese posible.
Llegados a ese punto ya nada es lo suficientemente
importante. Ni siquiera tú, ni siquiera nadie. Y te cierras al resto. Y te
escarchas por dentro. Y te haces de algo que nunca has sido pero que pareces
haber sentido toda la vida. Hasta que un día te quedas en silencio, y escuchas
sin querer oír, una serie de notas desafinadas que parecen clavarse allí dónde
ya no sientes nada, y empiezas a temblar. No por miedo. No por la oscuridad.
Algún corazón cercano parece haber grabado tu antigua melodía en sus latidos. Y
se suceden una serie de momentos, que todavía no han pasado pero que pareces
haber vivido antes. Como aquellos recuerdos que nunca recordaste pero que
amenazaron con quedarse. Y lo consiguieron.
Te emocionas. Detrás de aquella canción ves una sonrisa
iluminada por una inocencia ya perdida. Por un brillo que trasluce las batallas
que arañaron e hicieron desparecer(le). Te das cuenta de que una cajita de
música se esconde en su interior, parece haberse remendado así mismo, con hilos
de aquí y con miradas de allá. Pero funciona, ¿lo oyes?
A mí me pasa al revés. No dejo de oír mis latidos, porque cada uno de ellos grita fuerte todo el dolor que siente, echando de menos esa parte perdida, parece que con cada golpe se desangra
ResponderEliminar"sin música la vida sería un error" dijo Nietzsche, y es que vivir es una gran sinfonía que cada uno compone y descompone, hay que saber tomar aire y a veces dejarse llevar por esa música. Besos guapa!
ResponderEliminarBrillante. Un texto extrasensorial que transita por lugares comunes vividos por cada uno de nosotros.
ResponderEliminarNos leemos.
Has hecho que me tambalee por dentro un poquito, será porque alguna vez yo también me he sentido así...
ResponderEliminarEstupendo el texto, como siempre.
Eres grande, no puedo no decírtelo.
Un abrazo.
Me ha encantado este silencio melodico y lleno de una ternura infinita imposible de no sentir y aplicar a una misma... increible de verdad
ResponderEliminarCada vez me gusta más el nuevo que van teniendo poco a poco tus textos Cold me. Puede que tú ni siquiera te estés dando cuenta pero... aunque siempre exista un transfondo triste y meláncolico, estás cambiando los finales.
ResponderEliminarY eso me gusta, no, no me gusta, me encanta.
Porque me demuestras de nuevo como has sabido salir de todo, poco a poco. Como has vuelto a sentir, con pasitos pequeños, hasta llegar a donde estás ahora.
Te lo digo muchas veces. Me alegra tanto verte así por fin. Ver como cada día te vuelves más fuertes y acabas de recomponer y de recolocar antiguas partes de tí hasta que encajan con lo que eres ahora..
La verdad es que es lo que siempre quise para tí Cold, y lo sabes.
Te quiero mucho mucho.