Otra vez, salvando a naufragados

Los escalofríos son presagios que te advierten de aquello de lo que estás huyendo. Todas las noches parecen colarse por debajo del edredón, sin hacer ruido. A la mañana siguiente sé que he pasado miedo, y que por alguna razón aún sigo temblando, aunque no tenga frío. 

Sabía que no podría renunciar a escribirte, aunque solo fuera para despedirme de ti. De una sombra que llevo persiguiendo demasiado tiempo y que aunque tenía valor, en el fondo, sólo estoy dispuesta a despedirme si es para siempre. Las reconciliaciones tientan demasiado, pero sólo sirven para recordarte que abrazarte las rodillas y acurrucarte en un rincón son solo historias del pasado. Una forma de encoger los miedos y apagar tus lágrimas, para que se queden en aquel rincón y la ausencia no sea tan dolorosa. No estoy hecha para desperdiciar mis lágrimas en un rincón del que apenas tengo recuerdos. Ni tampoco para ver como otro sueño se marchita ante mis ojos, y me entristece un poquito más aquella parte de mi que aunque todavía no esté dispuesta a admitirlo, no ha perdido la esperanza. Te salvé de ti mismo. Te salvé porque sabía que era la única forma de ser capaz de salvarme yo, aunque eso significara perderte para siempre. Desde entonces quema, quema como una verdad inquebrantable

Sólo pido que sepas verme a tu lado. Como me veías antes. Aunque no con la misma intensidad, aunque la luz no nos traspase, ni las horas amenacen con silenciar nuestras palabras.